El nombre Aitaren, “de nuestro padre” en euskera, es la raíz de todo.
Fue Juan Eizagirre, quien con una ilusión que hoy seguimos cultivando sus hijos, nos enseñó que el vino no se hace solo en la bodega, sino en la forma de tratar la tierra, el respeto y la constancia.
Desde 2015, continuamos su legado elaborando txakolis que combinan tradición y técnica, con el alma artesanal de siempre y una mirada puesta en la excelencia.
Cada botella de Aitaren es un homenaje. Una manera de mantener viva “la cuerda que nos une con el antes”.
En nuestro caserío familiar cerca de Zumaia, a 1,5 km del mar, cultivamos un viñedo de cuatro hectáreas alrededor de la casa y la bodega, con pendientes y bancales tipo escalera que reflejan nuestra dedicación.
Los suelos salinos y el Flysch -formación geológica, compuesto por arcilla y margas minerales-, aportan personalidad a cada uva. Las viñas crecen sobre espaldera orientadas de norte a sur, para maximizar la exposición solar, y se someten a una poda de respeto que prolonga la vida de cada cepa hasta 80 años. Cada detalle del viñedo está pensado para que las uvas maduren de manera óptima y nuestros vinos transmitan
Cada septiembre, cuando el viñedo familiar alcanza su punto justo de madurez, comienza la vendimia en Aitaren.
Es un trabajo paciente, manual, en pequeñas cajas de diez kilos, donde cada racimo se selecciona dos veces: primero en la viña y después en la bodega. La cercanía entre ambas permite que la uva llegue intacta, conservando toda su frescura.
El mosto fluye por gravedad, sin bombas, para mantener su pureza natural. El prensado es suave, con parte del raspón, y cada parcela se vinifica por separado para expresar su carácter propio. La fermentación, lenta y controlada, da paso a una crianza sobre lías en madera, foudres y huevo de hormigón, donde el vino gana textura y profundidad sin perder su energía.
Así es el camino de nuestra uva y así nacen nuestros txakolis: Aitaren y Lurretik, vinos que no solo hablan del suelo y del clima, sino del cuidado y la precisión que guían cada gesto en la bodega.
Porque en Aitaren, la vendimia es solo el comienzo de todo lo que da sentido a nuestro trabajo.